A veces pasa el tiempo y se nos olvida lo que sentimos. Bueno no, no se olvida. Es imposible olvidar cómo nos hemos sentido en algún momento que ha marcado nuestra vida. Pero sí que aprendemos a seguir adelante, muchas veces, la mayoría, sin darnos cuenta, casi sin querer. Y un buen día nos damos cuenta de que ya no nos importa nada. De que nos sentimos de otra manera completamente diferente. Y que no sabemos cómo ni cuándo lo hemos conseguido, pero lo hemos hecho. Y es entonces cuando nos paramos a pensar un momento en cómo nos sentíamos y nos damos cuenta de que ya no es igual. De que no sentimos para nada eso que sentíamos, que lo hemos enterrado en algún lugar de nuestra cabeza o de nuestro corazón, y que está ahí, porque tiene que estar, debe estar, para que de vez en cuando podamos comparar con la situación actual y sacar conclusiones, pero ya no nos molesta. Y ya no nos molestará más. Porque esa herida ya cerró. Dolió, nos hizo daño, mucho, sangró, lágrimas y de todo, pero ya se curó. O ya la curamos. Y ahí está ahora. Convertida en cicatriz. Bien grande, bien hermosa, bien bonita. Para que la veamos bien. Y cuando la miramos no sentimos otra cosa que paz, tranquilidad, alivio, y una alegría infinita a la vez que sutil en lo más profundo de nuestro ser.
Y recordamos con tanta intensidad aquello que sentimos que estamos seguros de que marcó un antes y un después en nuestra vida, que nos cambió para siempre, que nunca más volveremos a ser lo que éramos antes y lo mejor de todo, que nunca volveremos a cometer los mismos errores. Y lo decimos y lo pensamos sin saber lo equivocados que estamos.
Porque llegado el día lo volveríamos a hacer, lo volveremos a hacer. Y probablemente tampoco nos daremos cuenta. Nos tomaremos las cosas con más calma, pensaremos mucho más antes de tomar una decisión, pero no dejaremos que la vida pase de largo y terminaremos haciendo algo que nos puede traer problemas. Aunque tampoco lo sepamos, aunque lo intuyamos. Y lo haremos porque para nosotros no serán errores. Será la manera que tenemos de hacer las cosas. Y lo haremos así, porque no conocemos otra forma de actuar. Porque nos sale así. Y lo haremos con cuidado, con precaución, y nos diremos que sí, que esta vez es diferente, que tendremos cuidado, que pensamos en las consecuencias y hemos decidido tomar la decisión que nos parece correcta, que nos gusta, que nos la merecemos. Y nos arriesgaremos. Y nadie sabe si saldrá bien o mal. Hasta que pasa una de las dos cosas y entonces nos damos cuenta. De que otra vez, estábamos equivocados. O peor aún, que teníamos razón. Que sabíamos que podía pasar y pasó. Que ha vuelto a suceder. Que por mucho que sufrimos en su día el pozo del dolor no se ha acabado, que nos queda mucha vida por delante para seguir sufriendo, que tenemos un montón de cosas por vivir, y no todas van a ser buenas. Pero que tampoco tienen por qué ser tan malas. Y entonces miraremos al pasado de nuevo. Al rinconcito ese donde guardamos nuestro dolor apacigudado, miraremos nuestra cicatriz. Y ahora veremos una más al lado. Una nueva. Da igual el tamaño. Duele igual. Aunque de otra manera, pero duele. Molesta. Pero no estorba. Ahora sabemos cómo tomarnos las cosas. Con otra actitud. Si algo sabemos, y tenemos cicatrices y heridas cerradas para demostrarlo, es que de todo se sale. Y que si ya salimos una vez, lo volveremos a hacer las veces que haga falta. Porque si hemos sido capaces de hacernos daño varias veces, seremos capaces de salir de ello otras tantas. Porque no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante y que igual que lo bueno pasa, lo malo también. Y que no es malo pasar malos tiempos, ni sentirse mal. Estamos en nuestro derecho. De quejarnos, de llorar, de maldecir. Explícale tú a alguien que lo está pasando mal que eso le va a servir para aprender, que cuando se le cure la herida verá el mundo con otros ojos, que será una persona mucho más completa y con una capacidad mucho más grande de ser feliz. Explícaselo a alguien que ya ha sufrido lo suyo, no una, ni dos veces. Explícaselo, anda. A ver si te escucha, que a mí no me hace caso. Que tiene la cabeza entra la almohada y un pañuelo. Que no abre ni los ojos porque no quiere ver películas que le recuerden a situaciones que quiere y no tiene, y que no quiere leer porque no puede ni centrarse. Que la música hace tiempo que no suena ni en su cabeza, que no quiere canciones ni tristes ni alegres, porque cuando pase todo esto le recordarán a esos momentos de angustia y qué desperdicio de temas. Explícaselo. Porque aunque ahora parezca que no te hace caso, te escucha. Y cuando todo esto pase, porque pasará, créeme cuando te digo que pasará, cuando tengas ganas de ver películas, de leer todo lo que se te ponga por delante, de escuchar todas las canciones antiguas y nuevas que te has estado perdiendo y cuando las bailes, te vendrán a la cabeza estas frases, estas explicaciones, estos consejos, palabras, que tú no quisiste escuchar en su día porque sabías que tenían razón, pero preferías refugiarte en tu burbuja de tristeza y soledad. Y fue válido, porque es lo que sentías. Y lo que te hizo fuerte. Sí fuerte, porque grande ya eras. Aunque ahora lo seas un poquito más. Y es ahora, cuando has salido de la tormenta, cuando sonríes ante cualquier tontería, cuando hasta los días malos te dan igual, cuando no tienes a nadie que te haga daño y lo mejor de todo, no lo necesitas, cuando no echas de menos a nadie más porque tienes contigo todo lo que quieres, que es a ti misma, es ahora cuando te encuentras frente al mundo. Con la intención de comértelo, aunque sea a bocaditos, masticando bien, sin atragantarte. Pero no tienes miedo a probar nada. Sabores nuevos. Que te inspiren, que te enriquezcan. Y es ahora cuando te das cuenta de que lo que te pasó te pasó no porque fueras tonta, no porque fuera tonto, no porque no tuvieras cuidado o cometieras un error, si no que te pasó justamente porque te tenía que pasar. Porque no podía ser de otra manera. Y es ahora cuando no solo te das cuenta, si no de que das las gracias porque te pasara. Porque si aquello no hubiera pasado, nada de lo que sientes ahora sería posible. Y nada de lo que tienes ahora delante hubieras sido capaz de conquistar. Por eso te sientes así ahora, abierta a todo, con el corazón limpio, que has abierto la puerta, ha entrado el aire, la brisa del mar, el olor a mojado, los primeros brotes de la primavera, y las primeras nieves del invierno, y estás dispuesta a repetir la aventura. A vivir lo que se te ponga por delante. Bueno o malo. Bueno y malo. Porque ahora sabes que hay de todo y que de todo te tocará vivir. Pero no te importa, porque también sabes que saldrás de ello. Y que dentro de un tiempo, cuando te fallen de nuevo, que te fallarán y te vuelvan a hacer daño, y te vuelvas a sentir mal, sabrás que en cualquier momento aparecerá la luz al final del túnel y la encontrarás, no solo porque cada vez brille más, si no porque ahora ya no cerrarás los ojos, no todo el tiempo, al menos, y la buscarás, porque sabes que está. Porque ya la encontraste más veces y fue la que te guió el camino a tu futuro, a tu presente, a tu vida, a ti.
Besitos
B